Complejos de inferioridad
Tengo un serio complejo de inferioridad. Me avergüenza conversar con la gente y me desprecio a mí misma. Todos parecen ser mejores y superiores. ¿Son señal de humildad los complejos de inferioridad? ¿Cómo hago para librarme de este horrible complejo? Estoy preocupada y confundida.
Respuesta:
No, señorita, los complejos de inferioridad no son señal de humildad. Al contrario, generalmente son resultado de la excesiva preocupación por el yo. Los complejos de inferioridad son, en términos generales, el resultado de creer y aceptar los comentarios negativos que otros hacen de nosotros. A veces también resultan como consecuencia de frustraciones que hemos tenido desde la niñez, frustraciones que hemos sido incapaces de corregir. Todas estas cargas negativas nos hacen introvertidos y acomplejados. Por lo tanto, los complejos de inferioridad son señal más bien de egocentrismo, que a su vez es la raíz del orgullo no controlado.
No me sorprende que usted esté preocupada y confundida. Cualquiera que vive con los ojos puestos en el yo, en sí mismo, indefectiblemente estará confundido y perplejo. El corazón humano está cargado de contradicciones inexplicables, por eso los sicólogos aconsejan transferir nuestras fijaciones del yo a otra persona u objeto. Sin embargo, esto es imposible sin una operación transformadora en el alma, una operación que se llama el “renacer”, la regeneración espiritual.
Los complejos de inferioridad no se quitan por un mero esfuerzo de la voluntad; se quitan cambiando la manera de pensar. Al pensar positivamente uno puede liberarse de ciertos aspectos de un complejo, pero es necesario someterse a una operación íntima, personal, espiritual del alma. ¿Sabe quién puede hacer esa operación? Únicamente Jesucristo.
La Biblia dice en Hebreos capítulo 12: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”.
Cuando nuestros ojos están puestos sobre Jesús, y no sobre nosotros mismos, se cumple la promesa bíblica de Hebreos capítulo 13: “Haciendo Dios en vosotros lo que es agradable delante de El”.
Los que creemos en Cristo no cerramos los ojos ante la realidad. Reconocemos nuestras incapacidades, como así también nuestras virtudes. Somos honestos, y vemos las cosas tal cual son. No pretendemos ser, conocer o saber lo que no somos ni conocemos. Esta es precisamente una de las virtudes del mensaje de Cristo; la honestidad. Conocemos la realidad, confesamos nuestra pobreza espiritual y personal, pero luego decimos osadamente y ésta es la recomendación que le hago a usted : “Gracias Dios mío porque me haces lo que no soy; me das lo que no tengo, me enseñas lo que no sé. Soy tu hija, y me amas tal como soy, sin condiciones. Mi mente y cuerpo son el Templo de Dios y deseo que Cristo viva en mí”.
Frente a una actitud como ésta, los complejos huyen rápidamente. Por esa razón las personas que han recibido a Cristo en su corazón por la fe, son las más felices del mundo.