El evangelio
El libro de los Hechos cierra con una asombrosa nota. Los últimos dos versículos, muestran a Pablo en cadenas, dentro de una casa de arresto y custodiado por soldados Romanos. No obstante lea la festiva nota con la cual se describe la situación de Pablo: “Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían. Predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.” (Hechos 28:30-31).
El original griego para “impedimento” realmente aquí significa “obstruir”. La versión “New American Standard” dice que Pablo predicó y enseñó el evangelio “abiertamente, sin obstáculos ni trabas.” Qué asombrosa declaración, siendo que Pablo estaba aprisionado. El evangelio no estaba impedido, lo que significa que no tenía obstáculos ni obstrucciones. El autor usa este testimonio para cerrar el libro de Los Hechos con una poderosa declaración: “¡El evangelio no puede ser obstaculizado ni trabado!”
No se equivoque, por todas partes hubo obstáculos y trabas para el mensaje de Pablo. Cuando en Roma llamó a los líderes judíos para que lo visitaran en sus prisiones, se indignaron. Dijeron: “Ni siquiera te conocemos. ¿Quién eres tú para nosotros?” Cuando finalmente Pablo les predicó a Cristo, terminaron riñendo entre ellos.
Al mismo tiempo, el Emperador Nerón estaba torturando y matando Cristianos en las calles de Roma. De hecho, Pablo mismo pronto sería martirizado en esas calles. El infierno estaba desbordándose y la sociedad Romana se había convertido en una orgía completa. La homosexualidad era un estilo de vida respetado, preferido entre la inteligencia. La cultura completa estaba inmersa en el materialismo, con una exuberante búsqueda de dinero, fama y placer.
Todo el tiempo, allí estaba Pablo sentado, enviado por Dios para traer el evangelio a Roma, pero, encadenado. Había sido rechazado por una religión judía secularizada que no quiso participar del evangelio de Cristo. Fue perseguido por un gobierno impío. Además, ridiculizado por una sociedad que había enloquecido por la riqueza y la lujuria.
Considerando estas montañas de impedimentos, ¿cómo planificó Dios para impactar al impío Imperio Romano? ¿Cuál sería su método para establecer una iglesia en Roma, que influenciara al mundo a través del imperio, por los próximos siglos? ¿Podría realmente ser éste antiguo terrorista judío encarcelado, cuyo discurso se decía ser despreciable? ¿Era Pablo el mejor instrumento de Dios para evangelizar Roma y sus vastos territorios?
Por dos años, el apóstol fue encerrado en esta casa indescrita ubicada en una bocacalle. No tuvo evangelista asociado, ni Timoteo o Bernabé, que trabajaran a su lado. No tuvo micrófono para emitir sus mensajes. No tuvo especialistas ni conexiones políticas que le ayudaran. Pablo simplemente no tuvo programas o agendas planificadas. Y aun si las tuviese, no tenía medios para publicarlas. No pudo ir a evangelizar puerta a puerta o celebrar reuniones por las calles.
Él declaró en muchas palabras: “Aquí estoy Señor. Úsame como tu quieras.”
No, Pablo solo estaba allí. No obstante, se sentía absolutamente contento con el lugar donde Dios le tenía. Declaró en muchas palabras: “Aquí estoy, Señor. Úsame como tu quieras. No conozco tu plan, pero, yo sé que tú me has puesto aquí. Tu evangelio irá adelante sin impedimentos.”
Verdaderamente, lo que Dios hizo a través de la situación de Pablo, fue asombroso. El Señor no necesitó de algún método para emplear con el objeto que su evangelio saliera adelante. El solamente necesitó un simple siervo, y éste estaba oculto en una bocacalle, en una pequeña casa arrendada, custodiado por guardias armados. Pablo fue un hombre sin una onza de carisma, alguien sin elocuencia en su discurso. Sin embargo, por dos años, una constante corriente de almas hambrientas, desde todos los caminos de la vida fueron a él en su celda provisional.
De hecho, esa pequeña casa arrendada sirvió como el Gran Cuartel General del Espíritu Santo para la “Operación Roma.” Adentro, el Espíritu de Dios estaba levantando un cuerpo de creyentes consagrados, quienes saldrían predicando el evangelio con poder y unción. Y ellos llevarían las buenas nuevas de Cristo hasta los últimos rincones del imperio.
¿Que es lo que Dios esta tratando de decirnos con este relato?
¿Podría estar el Señor diciéndonos aquí, que no busquemos la grandeza del ministerio, no concentrarnos en números o técnicas? Creo que si Pablo estuviera en la escena actual, mirando y considerando todos los métodos que han reemplazado la dirección del Espíritu Santo, él predicaría “reducción.”
Estimo, sin embargo, que aquí hay otro mensaje que se acerca más al asunto. Sencillamente, Dios nos esta diciendo que el Espíritu Santo puede tomar a cualquier persona común, llevarlo a un estado de total dependencia, y con ella alcanzar comunidades, ciudades y aún naciones, desde los lugares más insignificantes.
¿Por qué estas personas vinieron como corriente a la casa de Pablo? ¿Por qué respondieron así a una simple palabra de boca, para escuchar a un pobre y predicador que no era ninguna celebridad? Yo digo que se debió a que esa casa estaba llena del Espíritu de Dios. Jesús estaba allí presente, el Espíritu Santo trajo convicción a todos los que entraron, y la presencia de Cristo sanó sus almas hambrientas.
La historia del pueblo de Dios está llena con esta clase de testimonios. En los inicios del siglo 20, un avivamiento irrumpió en Los Ángeles que dio el principio al contemporáneo movimiento Pentecostal. Todo empezó en una pequeña tonel-casa-iglesia ubicada en una humilde comunidad, en una calle llamada Azuza. La gente vino desde todos los alrededores del mundo para ir hasta allí y experimentar la presencia de Dios.
Diariamente los servicios de oración se llevaron a cabo en el segundo piso, y el pastor –un humilde hombre Africano-Americano llamado Seymour—oraba por horas con su cabeza dentro de un cajón de madera. Testigos presenciales cuentan acerca de pastores y evangelistas que entraban en esas reuniones y cayeron sobre sus rostros confesando sus pecados y llorando por varios días a la vez.
¿Cuál es el mensaje aquí? Es que el evangelio de Jesucristo no conoce impedimentos ni trabas. No importa cual sea la oposición que viene del mundo. Nada – ni el Comunismo, secularismo o ateismo—es un obstáculo para el evangelio. Dios dice: “Tú puedes pensar que ves obstáculos ante ti, pero yo no veo ninguno. Yo no necesito dinero ni ejércitos para cumplir mi plan. Necesito, para llevar a cabo mi obra, solamente un simple y humilde siervo. Y lo haré en los lugares más pequeños, y más oscuros, usando a la más insignificante gente de la sociedad.”
En los dos años que Pablo pasó en esa humilde casa en Roma, su alma estuvo completamente en descanso. No estuvo desanimado por el pequeño número de creyentes en Roma durante ese tiempo. De hecho, Pablo tuvo total confianza en el poder del evangelio que predicó. Los judíos religiosos de Roma pudieron haber rechazado su ministerio, pero Pablo sabia que Dios tenía su pueblo oculto en la ciudad.
A pesar de todos los increíbles obstáculos, el Espíritu Santo movió a Lucas para poner estas gloriosas palabras en el escrito y haberlas engalanado en las Escrituras: “Predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hechos 28:31). Aquí hay una declaración que Dios hizo a su iglesia para los siglos venideros: “El evangelio no puede ser obstaculizado. ¡Predícalo con toda confianza!”
¡O, que rujan los paganos! Deja que los islámicos se jacten de que Alá prevalecerá. Dejen que la elitista institución ateísta trate de legislar a Dios fuera de la sociedad. Dejen que las cortes supremas legalicen el matrimonio de homosexuales. Dejen que los perseguidores amenacen, que los principados y poderes se mofen y maldigan. Yo les digo, ninguno puede obstaculizar la predicación de la cruz y la resurrección de Cristo. Las puertas del infierno nunca prevalecerán contra esta Palabra, ni serán capaz de parar el poder y la fuerza del evangelio.
Creo que enfrentamos mayores obstáculos para el evangelio que en los días de Pablo.
De acuerdo con las Escrituras, los hombres perversos en este mundo están empeorando día a día. Y estoy convencido que Pablo no pudo haber imaginado los obstáculos que hoy enfrenta el pueblo de Dios. Jesús profetizó de un tiempo cuando las condiciones del mundo serían tan espantosas que el corazón de la gente fallaría, debido al conocimiento de las cosas horrendas que suceden por todas partes.
Estamos viviendo en esos últimos y terribles días ahora mismo, y las señales están por todas partes. Europa está empezando a ser completamente pagana, con el rechazo a la institución del matrimonio, parejas viviendo juntos y los valores de la familia desapareciendo por completo. En Suecia, el 30 por ciento de la población solo conviven, sin casarse.
Aquí en el Estado de Nueva York, estamos viendo la más grande apostasía de la clase que las Escrituras predice. Unos 410 pastores se han enlistado para una agenda homosexual llamada “Orgullo en mi Púlpito,” en la cual ellos han colgado un suscrito con este lema en sus iglesias: el mensaje es, “Estamos orgullosos de la comunidad homosexual, y nosotros la aprobamos.” El número de estos pastores está creciendo.
En naciones Islámicas—especialmente Uzbekistan y Pakistan—los creyentes están siendo encarcelados y golpeados. Islámicos están construyendo por todo el mundo mezquitas respaldadas con el dinero del petróleo del Medio Oriente. Ahora los centros internacionales del pensamiento están diciendo que la situación es, “El Islam contra todas las otras religiones,” “El Islam contra la democracia,” “El Islam contra el Cristianismo.” La jactancia Islámica es, “Vamos a destruir al Cristianismo infiel.”
En medio de todo esto: ¿Qué dice Dios que es el porvenir de su iglesia?
Sabemos que el Señor no permitirá que alguna de tales fuerzas impidan su evangelio. Si el mensaje de la Cruz va a triunfar antes que Cristo vuelva ¿cómo ocurrirá esto?
Yo sólo puedo hablar como un solo hombre. Personalmente, no creo que el plan del Señor se realizará basándose en algún concepto de evangelismo mundial que una persona tenga. No me interesa escuchar o leer sobre tales métodos para alcanzar las multitudes. En cambio, creo que debo estar centrado en una sola cosa, y esa es el día en que estaré ante Cristo para dar cuenta de mi vida y ministerio. En ese día, todas mis obras—todo mi ministerio, todo lo que hice en su nombre—será probado por fuego.
Pablo escribe “…pero cada uno mire como sobreedifica. La obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:10,13).
Ese día de cuenta, cuando estemos ante su trono, es llamado “el día de nuestro Señor” (1:8). En esa hora, mi vida y la suya, enfrentará el fuego de la presencia santa del Señor. Y ese fuego revelará la calidad de nuestras obras, si fueron de Dios o de nuestra carne. Muchas de estas obras sobrevivirán, mientras otras serán completamente consumidas.
Si nos juzgamos a nosotros mismos, no seremos juzgados. (1 Corintios11:31).
Ahora, yo creo que las almas que he ganado no se perderán. Y los sacrificios que he hecho no serán en vano. Cada vaso de agua fría que le he dado a sus siervos recibirá una recompensa. En resumen, estoy confiado de mi salvación, debido a que confío en mi Salvador que no seré echado a un lado.
No obstante, como Pedro escribe, “Si el justo con dificultad se salva, ¿qué pasará con el impío y el pecador? (1 Pedro 4:18). Pedro está hablando del juicio en la casa de Dios. Y en lo que a mi se refiere, no deseo ser “con dificultad” salvado.
Pablo ofrece este consejo: “Si, pues, nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; pero siendo juzgados, somos castigados por el Señor para que no seamos condenados con el mundo.” (1 Corintios 11:31-32). Por tanto, ¿de qué manera podemos juzgarnos a nosotros mismos, como Pablo dice que hagamos?
Aquí está el criterio con que yo constantemente me juzgo a mí mismo: “¿He obstaculizado de alguna manera, el evangelio de Cristo?” Sabemos que el mundo no puede trabar ni obstaculizar el evangelio. Pero, el hecho es que nosotros, que lo predicamos, podemos obstaculizarlo. Pablo se juzgó a sí mismo basándose en esta materia, escribiendo, “… (Yo) lo soportamos todo (a no ser que yo) por no poner obstáculos al evangelio de Cristo.” (1 Corintios 9:12).
El apóstol nos está diciendo, en esencia, “Tengo que ser cuidadoso de cómo presento el evangelio. Si soy de espíritu materialista, o si mantengo codicia, lujuria o sensualidad, no puedo representar a Cristo fielmente. Esto podría causar un obstáculo al evangelio que presento. No, la manera como vivo tiene que ser parte del evangelio que predico.”
Considere a los corintios en el tiempo de Pablo. Traían alimentos delicados a la mesa de festín, mientras que los pobres entre ellos no tenía nada para comer. Pablo les dijo, con muchas palabras, “Ustedes realmente no están preocupados de las necesidades del cuerpo de Cristo si vuestros ojos están fijos sólo en cómo mejorar vuestra propia vida. Simplemente no pueden estar concentrados en los asuntos de Dios si no te importa si vuestro hermano tiene suficiente dinero para su próxima comida.”
Cualquier obra o ministerio que es hecho con esta clase de pensamiento, no soportará el fuego santo del Señor. Grandes números, métodos exitosos y logros monumentales no significarán nada en esa hora, porque Dios juzga los motivos del corazón. La pregunta que hoy tenemos que hacernos es, “¿Estoy haciendo esto para reconocimiento? ¿Para ser alguien? ¿Para asegurar mi propio futuro, sin considerar a mis hermanos o hermanas en necesidad?
No se equivoque: el evangelio de Jesucristo avanza sin obstáculos ni trabas, poderoso e imparable. Pero esto sucede solamente cuando es predicado y enseñado en su plenitud. Tiene que ser entregado en el contexto de “Todo el consejo de Dios.” Así como Pablo dice: “…no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27, cursivas mías).
Un evangelio aguado y a medias es una abominación al Señor. Ves, puedo escribirles cada mes diciendo, “Jesús le ama y desea bendecirle. Él desea que disfrute su vida. Él desea concederle milagro tras milagro.” Esto sería una verdad pura del evangelio.
Pero, esto es solo la mitad de la verdad del evangelio. Todo el evangelio también incluye advertencias contra la falsedad del pecado. Incluye arrepentimiento y tristeza piadosa, preparación para la persecución, y un ansia por la venida de Cristo. La Escritura nos dice en términos muy claros, “Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). El evangelio de Cristo siempre confronta al hombre y luego le trae consuelo. Nunca acomodara los gustos del hombre pecador.
Si, Jesús ministró milagros. Concedió pan y carne a las multitudes. Pero, vino el día en que ya no realizó ni predicó milagros. En cambio dijo a sus discípulos, “A menos que no coman mi carne y beban mi sangre, no tendrán parte conmigo.”
No soy profeta, no obstante, el Espíritu Santo me ha dirigido para pronunciar algunos mensajes proféticos que algunos han considerado demasiado duros. Alguna gente me ha llamado el predicador del día del juicio final. Yo prontamente admito que he predicado algunos mensajes que me han causado salir de las puertas de la iglesia e irme a casa y llorar. Empero, esto se debió a un versículo: “El que justifica al malvado y el que condena al justo, ambos son igualmente abominables para el Señor.” (Proverbios 17:15).
No importa como me pueda sentir un Domingo determinado. En ningún momento puedo predicar desde mi carne y condenar al justo. De la misma manera, no puedo pronunciar un mensaje que justifique el pecado en el corazón de quien sea.
Ocasionalmente, después de un servicio, uso un audífono para escuchar el mensaje que recién he predicado. Y algunas veces, tiemblo al escuchar, preguntándole al Señor, “Oh, Dios, ¿crucé la línea? ¿Condené aquí a tus santos justos aquí? ¿Inconscientemente herí a tus siervos?” En otras ocasiones pregunto, “¿Jesús, en este sermón, prediqué solamente la mitad de tu evangelio? ¿Predique un sermón que le permite a la gente sentirse bien en sus pecados? ¿Di a la gente un falso consuelo aguando tu llamado para que se vuelvan de su iniquidad?” El único obstáculo para su evangelio es la incredulidad en nuestros corazones.
No hay obstáculo para la salvación de sus seres amados.
¿Ha dejado de creer que Dios hace lo imposible? ¿Todavía cree que su Palabra de salvación es imparable? Nuestro Señor dice que nada es imposible con él. Y ninguna barrera, hecha por el humano o espiritual, puede trabar su evangelio.
Si usted tiene un ser amado que no conoce a Jesús, descanse seguro en esto: cualquiera semilla del evangelio que ha plantado, no importa cuán humilde sea, es muy poderosa. Y llegará. Esto puede suceder solamente sobre un lecho de muerte, pero Dios ha escuchado su oración, y su Palabra no volverá vacía. El demonio no puede detenerlo, el espíritu de este siglo no puede pararlo, ningún hombre o ejército puede impedirlo. Como Lucas lo ha declarado: “¡Este evangelio no puede ser obstaculizado ni trabado!”