Creatividad
Hace un tiempo, mientras compraba en un centro comercial, solté la mano de mi hijo de tres años de edad para revisar unas bufandas pero, un minuto más tarde cuando me volví para verlo, ya no estaba. En vano busqué por los pasillos de la tienda y el pánico comenzó a apoderarse de mí. Los oficiales de seguridad del centro comercial empezaron a buscarlo pero ninguno pudo encontrar al pequeño que vestía una camiseta roja de Plaza Sésamo. Durante veinte minutos, recorrí la tienda junto al gerente y con cada paso que daba me preocupaba más. Finalmente, me senté abrumada por la situación... mi hijo había desaparecido.
Mientras estaba sentada ahí anhelando saber qué hacer, recordé de repente un versículo que había leído esa mañana. Era el pasaje que narra la ocasión en que Jesús camina por la playa de Galilea y le dice a sus discípulos que están en la barca: «¿Acaso tenéis algún pescado?» y ellos le respondieron que no (Jn 21.4–6). Entonces Jesús les hizo un comentario muy curioso: «Echad la red al lado derecho de la barca y hallaréis pesca». Así lo hicieron y apenas pudieron sacar la red de lo cargada que venía de peces.
Al principio, ese pasaje no parecía tener ninguna importancia con respecto a la desaparición de mi hijo pero repentinamente pensé: Si quiero saber adónde iría un niño de tres años, necesito pensar como tal. En otras palabras, debía lanzar mi red al «otro lado» de la barca y enfrentar el problema desde otro ángulo y con una nueva perspectiva.
De repente, me vino una idea a la cabeza y me dirigí a una zapatería infantil que habíamos visitado anteriormente y ahí, junto a una réplica de Abelardo de Plaza Sésamo, encontré a mi hijo. Ahora, mis redes rebosaban.
Los versículos de Juan no sólo me ayudaron a encontrar a mi hijo, sino también me enseñaron que las soluciones creativas surgen de nuestro interior solamente cuando dejamos de lado las formas acostumbradas y «oxidadas» que hemos usado para vivir y nos atrevemos a enfocar las situaciones desde una perspectiva única.
Jesús vivía lanzando redes al otro lado de la barca y su habilidad para resolver los problemas y expresar la verdad en forma original surgía de su valentía de dejar lo viejo y arriesgarse a lo nuevo. Su habilidad provenía de un cambio de visión y de apertura a lo que podía ocurrir.
Estudiamos la vida de Cristo tan seguido que fácilmente olvidamos que él era innovador y diferente. A diferencia de los demás, rara vez pescó en las mismas aguas y siempre vio el mundo desde otra perspectiva y revelaba posibilidades imposibles. Llevó a cabo lo inesperado y de esta forma rompió los moldes de la conformidad.
Dios nos manda a ser lo más creativos posible y nos llama a convertirnos en artistas de la vida, creadores de las nuevas posibilidades, profetas de la verdad y a resolver los problemas innovadoramente. Quizá al contemplar la vida de Jesús y ver cómo trabajaba su espíritu creativo, podamos despertar la creatividad que poseemos.
Colaborar con el Padre
La creatividad fluye más fácilmente cuando una persona está en contacto con su verdadera identidad. La mayoría de las personas determinan su vida basándose en las opiniones externas, por ejemplo, en cuánto ganan o en cómo lucen, pero Jesús lanzaba sus redes hacia otra dirección: su interior.
Jesús empezó su ministerio después de haber permanecido cuarenta días solo entre las rocas y la arena del desierto y, durante todo su ministerio, se apartaba de las multitudes exigentes para orar. ¿Acaso este tiempo a solas lo ayudaba a no olvidar quién era él y a resistir la presión de convertirse en la persona que los demás querían que fuera?
La película Carros de fuego se trata de un joven misionero llamado Eric, a quien Dios bendijo con una velocidad extraordinaria. Cuando su hermana intenta desanimarlo para que dejara de correr, él le responde estas palabras inolvidables: «Dios me hizo con un propósito, me hizo veloz. Y cuando corro, siento el placer de Dios». En su corazón, Eric era un corredor y cuando corría, era el momento en que era más creativo para Dios porque su velocidad atraía a la gente no sólo hacia él sino también hacia su Dios.
Al igual que Jesús, cuando somos nosotros mismos y vivimos en contacto con el don especial que Dios nos ha regalado, tendremos más posibilidades de vivir al filo de la creatividad.
El tiempo que Jesús estuvo en el desierto también lo puso en contacto con la presencia creativa del Padre. El primer atributo de Dios que se menciona en la Biblia es su creatividad y debido a que Jesús tenía una relación íntima con el Padre, él estaba en contacto con la Fuente de toda creatividad en el universo.
Entrar al reino creativo significa abandonar el estricto control en el que mantenemos nuestro ser y empezar a confiar en las incertidumbres de la fe. Cuando nos nutrimos de la cercanía de Dios nuestra mente y corazón dejan de ser rígidos y se libera una imaginación santa.
En una ocasión, mientras cenaba con una escritora, empezamos a conversar sobre el tema de la creatividad. «¿Qué consejo le daría a alguien que busca ser más creativo?» —le pregunté. «Muy fácil —me respondió— le diría que se mantuviera íntimamente en contacto con Dios.»
Cuando Jesús buscaba a Dios en las tranquilas aguas de la comunión silenciosa, lanzaba sus redes hacia una dirección solitaria. Su ministerio reflejaba una creatividad sin precedentes precisamente porque él mismo era templo de Dios e invertía tiempo para conocer y colaborar con el espíritu creativo del Padre.
El Señor de las sorpresas
Como resultado de su relación con Dios, nadie podría considerar que su ministerio fuera uno tradicional. Durante esa época, lo normal era que los maestros respetables se quedaran en un lugar y que autorizaran a las personas a acercárseles, pero Jesús hacía todo lo contrario. Él se acercaba a la gente y en vez de exponer toda una teología sistemática o una doctrina contaba historias —historias sencillas y universales sobre un joven confundido que huye de casa y sobre un novio que llega tarde al día de su boda. Al usar un lenguaje tan descriptivo y lleno de imágenes y metáforas, Jesús transmitía las profundas y ocultas verdades de una manera tan sencilla y clara a diferencia de la enseñanza abstracta. «Uno no lee la parábolas de Jesús —me dijo una vez alguien— ellas lo leen a uno».
Cuando pensamos en un maestro, lo primero que se nos viene a la mente es alguien que provee información y un pupilo que busca dicha información. Sin embargo, Jesús, un experto en voltear los papeles, a menudo invertía las funciones y formulaba preguntas que provocan que las personas experimentaran un encuentro inesperado con Dios. ¿Qué buscáis? (Jn 1.38) ¿Quieres ser sano? (Jn 5.6) ¿Me amas? (Jn 21.15) ¿Por qué no entendéis lo que digo? (Jn 8.43) Jesús demandaba que las personas pensaran.
Donde hay creatividad, hay sorpresas. Jesús manejaba lo inesperado y realizaba actos que dejaban a cualquiera con la boca abierta y que llegaban a lo más profundo del corazón. Cuando Lázaro falleció, su hermana Marta le reclamó a Jesús por no haber estado allí para evitar la tragedia. Jesús resucitó a Lázaro y convirtió el funeral en una fiesta sorpresa que hizo brillar la Gloria de Dios (Jn 11.38–44).
Los judíos esperaban que el Mesías destruyera el yugo romano pero Jesús dijo: «No lo resistáis. Y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos» (Mt. 5.41). Creían que Él entraría en Jerusalén montado en un corcel blanco, pero lo hizo sentado en un asno (Mt. 21.5) y, en vez de anunciar su reino con una espada, lo hizo con una cruz.
Si quiere quedar maravillado, tan solo cuente en los evangelios el número de veces que se observa a alguien sorprendido por Jesús.
Relaciones radicales
Jesús se relacionaba con la gente de una forma que rompía los esquemas tradicionales y abría las puertas para propiciar encuentros creativos. Un día, mientras andaba por el camino, vio a un hombre pequeño subido en un árbol. «Desciende» (Lc 19.5) le dijo a Zaqueo, un recolector de impuestos corrupto y de la peor de las clases. Mientras la mayoría de nosotros hubiera debatido si era correcto que nos asociaran con una persona que podría poner en duda nuestro «testimonio», Jesús visitó a este hombre en su casa y cambió su vida para siempre.
Jesús hablaba de ser un pescador de hombres y empezaba a pescar en el lado contrario de la barca. Por ejemplo, escandalizaba a los judíos respetables al asistir a fiestas con el tipo de gente que a cualquier madre no le gustaría recibir en su casa: prostitutas, bebedores de vino, y glotones. Demostró un arriesgado interés por los pobres, enfermos, presos, y despreciados; también, tocó a leprosos, se mostró afable con un endemoniado y perdonó a los mismos que clavaron sus manos y pies en la cruz.
Los discípulos de Jesús lo encontraron sentado junto a un pozo conversando con una mujer samaritana, en esa época no había mayor tabú que ese (Jn. 4.7, Jn. 4.27). La exclusividad era la regla religiosa del momento pero Jesús lanzaba sus redes hacia la dirección del amor.
Si usted o yo tuviéramos que escoger a doce personas para que lleven nuestras enseñanzas hasta lo último de la tierra, dudo que iríamos a la playa más cercana y enlistaríamos a un puñado de pescadores. Yo buscaría eruditos, personas en posiciones altas que pudieran abrir unas cuantas puertas, quizá a alguien con un bolsillo dadivoso. Pero Jesús una vez más lo hizo a su manera y escogió a las personas menos probables sobre la faz de la tierra.
Su visión creativa le permitía ver a la gente y observar lo que otros no podían. Nombró a Simón Pedro piedra mucho antes de que llegara a serlo. Le decía a la gente que eran la luz del mundo, la sal de la tierra y reflejarles lo que podían llegar a ser en cierta forma los impulsaba a convertirse en eso.
Reestructuró el orden de las relaciones. Justo cuando los discípulos pensaron que ya lo conocían, se ciñó una toalla alrededor de la cintura y lavó sus pies (Jn. 13.5). Eso fue demasiado para Pedro, al igual que hubiera sido para nosotros, ya que en ese extraordinario reverso de funciones, Jesús establecía todo un precedente radical. No más señores que se creen superiores a sus sirvientes; en otras palabras, no más clases o jerarquías. Todos somos siervos que se sirven los unos a los otros. El Mesías al lavar los pies de sus discípulos reflejaba su lado creativo, y sacudió el bote convencional y puso a todos en igual posición en una comunidad para compartir con y servir a los demás.
La oposición hacia lo establecido
La vida de Jesús, como muchas vidas creativas, fue marcada por la oposición y el conflicto porque desafió a las personas a re-pensar lo que creían que era verdad. En el caso de Jesús, los religiosos eran los que generalmente le daban más pelea.
Los religiosos se exasperaban por Sus afirmaciones y violaciones a las reglas y tradiciones. No obstante, Jesús amaba a los líderes judíos en forma tan extravagante que se rehusaba ignorarlos sino más bien los confrontaba de inmediato. Era impredecible sobre cómo haría las cosas. «Jesús sencillamente no se podía encasillar» suele decir un amigo mío.
En una ocasión, captó la atención de los fariseos al compararlos con serpientes, hipócritas y guías ciegos (Mt 23.13, 16, 33) pero, en otras oportunidades, les hacía preguntas y les respondía en forma tan serena que los dejaba anonadados. Su pasión insondable estalló en una acción sorprendente cuando echó del templo a los mercaderes y cambiadores de monedas (Mr 11.15–19). Sin embargo, cuando lo arrestaron en el huerto, no se resistió ni se alteró. En cada aspecto de Su vida, desde su inusual nacimiento en un establo hasta su espectacular salida de la tumba, Jesús explotó al máximo la expectativa colectiva, se atrevió a ser quién él era en realidad. Sencillamente así era su forma de actuar.
Quizá lo más sorprendente de todo es que Jesús dijo que Su camino podía llegar a ser el nuestro también. ¡Predijo que sus discípulos realizarían obras más grandes que las que él había hecho (Jn 14.12)! No obstante, a pesar de que Jesús es la persona más creativa, sus seguidores a menudo somos todo lo contrario. Es más fácil ver la vida a través de los mismos viejos lentes con los que nos sentimos seguros y afirmados en nuestro camino.
Lanzar la red al otro lado es arriesgado y salirse de los caminos convencionales puede ser un salto demasiado osado; sin embargo, es la única forma que tenemos para explotar la abundancia creativa oculta en nuestro interior.
Acerca de la autora:
Sue Monk Kidd, escritora y conferencista, vive con su esposo y sus dos hijos en Anderson, Carolina del Sur. Es editora colaboradora de la revista Guideposts y es autora de los libros God’s Joyful Surprise y This Is the Day y All Things Are Posible. Traducido por DesarrolloCristiano.com, adaptado por Cristtianos.es.tl todos los derechos reservados. Usado con permiso de Sue Monk Kidd. Todos los derechos reservados.