Por que debo ir a una iglesia
Ps. Fernando Alexis Jiménez
A Carlos Armando lo conocí evangelizando mediante presentaciones mímicas y de teatro. Generalmente las hacía en un parque, llevando a los prados y flores que veían morir la tarde, el colorido y la alegría que despierta conocer las Buenas Nuevas. Alrededor se reunían hombres, mujeres y niños que, poco a poco y sin percatarse, iban entrando en ese mundo de fantasía en el que la realidad raya con la imaginación, y en el que volamos hacia otros escenarios, de ilusión y sueños. Minutos después se les escuchaba reír o manifestar expresiones de tristeza, conforme avanzara el drama.
Sin el color blanco que cubría su rostro, y el traje negro que lo convertía en un émulo de los grandes mimos, Carlos Armando era otra persona. Iba cada domingo con su esposa y su hija de cuatro años al servicio religioso. Por horas conversamos sobre la preocupación que nos identificaba: encontrar las estrategias que permitieran llegar a miles de personas con el mensajes de evangelio.
Se fue a vivir a otra ciudad. En la denominación a la que comenzó a asistir, le hicieron un desplante que le llevó a experimentar desilusión y cambió la imagen que tenía de los líderes. No quiso aceptar que se trataba de un hecho aislado y que, por el error de un pastor, no podemos juzgar a los demás. No volvió a congregarse.
--No creo que sea necesario ir a un templo para alabar a Dios. En casa puedo hacerlo, y también leer la Biblia y, por supuesto, orar—me dijo el día que le invité a regresar a su congregación.
Ayer supe de Carlos Armando. Toma unas cuantas cervezas los fines de semana, volvió a ser demasiado áspero con su esposa, uno que otro palabrón asalta sus labios cuando algo contraría sus planes y no quiere saber nada de iglesia. Tampoco de Dios. Elude el tema. Su esposa me preguntó:”¿A qué cree que se debe su enfriamiento espiritual?”. Quise decirle que había muchos factores, pero ella y yo sabíamos cuál era el principal de todos: dejó de congregarse.
Tal vez conoce un caso similar
Hoy día es frecuente escuchar a las personas decir que no se congregan porque ir a una denominación en particular los hace cristianos. Otros prefieren encender la televisión cristiana y la apagan cuando llega la hora de tomar las ofrendas. Un tercer grupo lo integran quienes dicen: “El evangelio es muy bueno, pero no quiero ir a una iglesia”. Un cuarto segmento de quienes eluden comprometerse, lo conforman aquellos que ponen de parapeto temas específicos como los diezmos, las ofrendas o la necesidad de experimentar un cambio personal, para decir: “Otro día los acompaño a las reuniones”.
Pero, ¿qué importancia tiene el congregarse?. A la luz de las Escrituras analizaremos este tema que reviste particular importancia en el proceso de crecimiento espiritual toda persona.
Reunirse fue una pauta del Señor Jesús para sus seguidores
Días antes de ascender a los cielos, el Señor Jesús dejó en sus seguidores instrucciones específicas que conocemos como la Gran Comisión. “Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”(Mateo 28:19, 20. Nueva Versión Internacional).
Como podrá apreciar, el hecho de discipular a alguien implica necesariamente que nos reunamos con esa persona. Es el primer indicio bíblico que encontramos en el Nuevo Testamento sobre la importancia de congregarse.
La unidad caracterizó a los primeros creyentes
Inmediatamente se produjo la ascensión del Señor Jesucristo, la característica que identificó a sus seguidores fue permanecer en unidad. “Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, situado aproximadamente a un kilómetro de la ciudad. Cuando llegaron, subieron al lugar donde se alojaban... Todos en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María” (Hechos 1:12-14. Nueva Versión Internacional).
En la concepción más elemental, encontramos aquí un modelo de congregación. Se reunían para compartir la fe, estudiar las Escrituras y orar. Todos en torno a un principio fundamental: seguir a Jesucristo. No se congregaban para tener disputas teológicas o dirimir cuál era más importante en el grupo. En absoluto. Buscaban caminar conforme las enseñanzas del Maestro.
Los creyentes permanecían juntos
Reunirse permite edificarse mutuamente, estimularse en el caminar con Cristo, expresar los principios prácticos de la vida cristiana, pero además, impactar a otras personas. Así lo hacían los primeros cristianos. “Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan con generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos”(Hechos 2:44, 46, 47. Nueva Versión Internacional).
Quienes estar en derredor nuestro, reciben más del Evangelio con los hechos que con las palabras. Ahora, cuando en la congregación observan el clima de unidad e integración, descubrirán una imagen distinta de Cristo, y no la religiosidad que aprendieron de las tradiciones...
Las reuniones de los cristianos del primer siglo, se cumplían incluso en sus hogares, tal como lo apreciamos en las Escrituras: “Y día tras día, en el templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas nuevas de que Jesús es el Mesías” (Hechos 5:42).
No está bien dejar de congregarse
El autor de la carta a los Hebreos expresó la preocupación que le despertaba la decisión de algunos creyentes de no reunirse: “Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa. Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquél día se acerca”(Hebreos 10:23-25. Nueva Versión Internacional).
A esta recomendación se suma la pauta que impartió el apóstol Pablo a los creyentes de Corinto “Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito”(1 Corintios 1:10. Nueva Versión Internacional).
Congregarse, como habrá podido apreciar en este breve análisis Escritural, nos ayuda a crecer en la fe, a compartir experiencias de nuestro andar con Cristo, a impulsar la unidad y a trabajar hacia metas comunas en la extensión del Reino de Dios.
Quizá usted lleva un tiempo sin congregarse. Le animamos a reconsiderar su decisión. Analice hasta qué punto puede haber experimentado un menguar en su vida espiritual. Es probable también que desee reunirse de nuevo. Le animamos a hacerlo. ¡Sin duda cada día avanzará más en su condición de fiel seguidor del Señor Jesús!