Mi esposa o mi cigarrillo
Hermano Pablo
Durante semanas y meses, Paul Gillón, de Bruselas, Bélgica, bailó simbólicamente en la cuerda floja. «Mi esposa o mi cigarrillo», se decía día tras día con persistencia obsesionante.
Su esposa, Patrice, de cuarenta y un años, le prohibía fumar. Y él tenía la obsesión del tabaco. En el colmo de su frustración, el hombre se armó de un revólver y mató a la esposa de un balazo. Puso fin a un dilema, aunque se creó otro mil veces peor.
Ese hombre tenía un simple problema: el de no valorar debidamente lo que tenía más importancia para él. Su hogar, su esposa, su matrimonio, sus hijos, a quienes sin duda amaba, eran muy importantes. Pero también lo era su afición al tabaco. Por momentos triunfaba el valor que le daba a su familia. Y el hombre dejaba de fumar y pasaba días felices con su esposa y sus hijos. Luego triunfaba el otro valor, el mísero valor del tabaco, y el hombre se escapaba por semanas enteras de su familia para poder fumar a gusto.
El problema se convirtió en obsesión. Y perdida ya toda conciencia, razón y tino, decidió matar a la que consideraba el estorbo para el disfrute de su placer.
Muchos de los problemas que afrontamos en la vida tienen la misma causa: confusión de los valores en nuestra vida. ¿Qué vale más: la honradez o la ganancia? ¿Qué es mejor: la convicción o la conformidad? Y así nos debatimos en medio de dilemas que, de no resolverlos, pueden convertirse en neurosis.
El dilema implacable de muchos es: «¿Cuál de las dos, mi esposa o mi amante?» Y pueden sufrir durante años ese drama que llaga la conciencia, estropea el corazón y destruye el hogar.
Para saber cuáles son los verdaderos valores de la existencia, por los que vale la pena sacrificar todo lo demás, tenemos que acudir al Maestro de los maestros, Jesucristo. Él nos enseña que es siempre mejor la verdad que la mentira; la fidelidad que la traición; la poca ganancia, si es honrada, que la mucha, si es mal habida.
No vamos a resolver el problema empuñando un revólver, como hizo Paul Gillón, para deshacerse de un balazo de su dilema. La solución es tomar una decisión moral, la más grande de todas: hacer de Cristo el Maestro y Señor de nuestra vida.