El reloj de la oracion
Como de costumbre sonó la alarma del reloj de pulsera. Una pequeña aguja magnética se movió lentamente, señalando la dirección correcta. Y Abrahán Adab, ejecutivo y hombre de negocios en París, Francia, se quitó los zapatos, se acomodó el turbante, se puso de rodillas y empezó su oración mirando hacia la Meca, ciudad sagrada de los musulmanes.
Ese reloj de pulsera es especial. Diseñado electrónicamente por una compañía japonesa, avisa a los musulmanes, cinco veces al día, que es tiempo de la oración litúrgica del Islam. Y tiene un compás que marca la dirección exacta hacia la Meca, donde debe dirigirse la oración. Todo esto es la electrónica al servicio de la religión.
Cada ser humano tiene el derecho inalienable de seguir su propia religión conforme a sus propias convicciones. Y tiene, también, el derecho de practicarla tal y cómo le parezca mejor. Los musulmanes cumplen el deber, prescrito por el Corán, de orar cinco veces al día dondequiera que se encuentren, con el rostro vuelto hacia La Meca. Para esto la ciencia electrónica ha prestado sus servicios: por un precio, por supuesto.
En muchas ciudades árabes es el «almuédano», o sacerdote musulmán, quien hace el llamado a los fieles desde lo alto de las mezquitas. Pero para los seguidores de Mahoma que andan haciendo negocios por todo el mundo, ahora es el reloj electrónico quien les recuerda.
Ahora bien, a los cristianos ¿quién les recuerda que es tiempo de orar? ¿Habrá algún reloj que les sirva de aviso? Y si lo hubiera, ¿se aprovecharían ellos del anuncio?
Triste es admitirlo, pero una gran mayoría de los que se hacen llamar cristianos no se acuerdan nunca de orar. Ni siquiera saben cómo hacerlo. Si los acosa algún problema o enfrentan alguna contrariedad, buscan a un guía religioso que ore por ellos. ¿Y por qué no saben orar? Porque han perdido la comunión con Dios. No viven en esa continua relación espiritual que mantiene la mente y el corazón cerca de Cristo el Salvador.
La oración verdadera brota de lo profundo de nuestro ser como una expresión de fe, de amor y de confianza. Es el clamor del alma que expresa alguna necesidad, o que agradece un favor, o que sólo quiere decir: «Padre, te adoro.» Dios está siempre dispuesto a escuchar nuestro clamor. Él sólo espera que apartemos tiempo en nuestro horario para buscarlo en oración.
Hermano Pablo.