Espiritual
Vida Espiritual
Rubén Chacón en “Vida Espiritual” nos conduce a conocer el propósito que Dios diseñó para el hombre, de vivir a través de la poderosa y suficiente vida espiritual que nos fue impartida en la regeneración. Pero más allá de conocer el propósito de Dios, el autor nos mostrará cómo esa gloriosa Vida es forjada y desarrollada en nosotros.
Por Rubén Chacón
Nuestra participación en la vida de Dios
La posibilidad de nuestra participación en la vida de Dios se funda en el hecho asombroso que significó la vuelta del Hijo al Padre. El Hijo no volvió solamente como Dios, sino también como hombre. A partir de ese momento y de alguna manera, la humanidad fue asumida por la divinidad. Por lo tanto, en la persona del Hijo la humanidad está representada e incluida en alguna forma en la Trinidad. A esto se refiere Hebreos 10:19 cuando dice: “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es de su carne...”. En Hebreos 9:24 dice que el Lugar Santísimo es el cielo mismo.
Pero ¿cuál es el objetivo o la razón de fondo de este tremendo hecho? La razón es tan asombrosa como el hecho mismo: Dios quiere que participemos de su vida. El propósito divino es, ni más ni menos, que el hombre participe de la vida intra trinitaria. Pablo escribiéndole a Tito dice: “...en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (v. 2). Recuerde que por “vida eterna” no debemos entender la extensión sin fin de la vida humana, sino la vida de Dios. La palabra “eterna” califica la clase de vida que solo Dios tiene. Por eso, Dios que es fiel a sus promesas, desde el mismo momento de la creación del hombre puso su vida al alcance de este. Y aunque Adán era una creación completa en cuanto ser humano, debía, no obstante, comer del árbol de la vida, que no era otra cosa que acceder a la clase de vida que Dios tiene. En definitiva, la vida humana tenía el sentido de ser un vaso para contener la vida divina.
Cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros fue explícito en declarar que en él la vida eterna había venido al mundo para alcanzar también al hombre:
“Y como Moisés exaltó la serpiente en el desierto, así debe ser exaltado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Así, en efecto, amó Dios al mundo, tanto que dio al Hijo unigénito para que todo el que cree en él, no perezca, sino tenga vida eterna” (Jn. 3:14-16).
Por eso dijimos anteriormente que Jesucristo no solo vivió la vida divina en la tierra, sino que también la manifestó, es decir, la mostró o reveló. Ahora nos damos cuenta que la razón de hacerla visible era para que el hombre pudiera, a través del Hijo, acceder a esa vida.
Ahora bien, si en el Hijo la humanidad fue asumida por la divinidad, entonces, EXCLUSIVAMENTE POR MEDIO DEL HIJO, NOSOTROS PODEMOS ACCEDER A LA COMUNIÓN QUE EXISTE ENTRE EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO. Jesucristo dijo al respecto:
“Como me envió el Padre viviente y yo vivo mediante el Padre, también el que me come, él también vivirá mediante mí” (Jn. 6:57).
El punto de encuentro con la vida de Dios es, pues, Jesucristo. En él, nuestra comunión no es solamente con el Hijo, sino también con el Padre. El apóstol Juan dijo en su primera carta:
“Y ciertamente nuestra comunión es con el Padre y con el Hijo de él, Jesucristo” (1:3).
Jesús lo dijo así: “Yo soy el camino y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino mediante mí” (Jn. 14:6). Nótese que Jesús no dijo: “Nadie va al Padre”; él dijo: “Nadie viene al Padre”. El Padre estaba en él. LA VIDA ETERNA, ENTONCES, ES CONTEMPLAR LA COMUNIÓN EXISTENTE ENTRE EL PADRE Y EL HIJO Y PARTICIPAR DE ELLA.
El alma
Si es verdad que Dios nos ha predestinado a la filiación, es decir, a la calidad de hijos espirituales, y si es verdad que Dios ha hecho una obra tan grande y perfecta en nuestro espíritu ¿Por qué entonces es tan difícil ser hombres y mujeres espirituales? ¿Por qué es tan común la experiencia contraria? ¿Por qué en la casa de Dios abundan los carnales y no los espirituales? Responder estas preguntas nos obliga a tratar ahora el tema del alma. En efecto, EL PROBLEMA NO ESTÁ EN EL ESPÍRITU, SINO EN EL ALMA. Y para entender el problema del alma necesitamos por una parte, considerar el proyecto original de Dios para el hombre y, por otra parte, atender a las consecuencias que la caída trajo sobre al alma.
La salvación del alma
La salvación del alma comprendería entonces, no sólo la purificación de todos sus pecados, sino también su regulación. DEBÍA SER SALVADA NO SÓLO DEL PECADO, SINO ADEMÁS DE SÍ MISMA. Del primer aspecto dan cuenta los siguientes versículos: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu” (1P. 1:22). “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1P. 1:9). “…sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Stgo. 5:20). “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hb. 10:39).
Al segundo aspecto de la salvación del alma, esto es, a su regulación, se refieren los siguientes textos: “El que halla su vida (alma), la perderá; y el que pierde su vida (alma) por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:39). “Porque todo el que quiera salvar su vida (alma), la perderá; y todo el que pierda su vida (alma) por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mc. 8:35). “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida (alma), no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). Pero ¿Qué es esto de perder el alma para entonces salvarla? ¿En qué consiste aborrecer el alma? En el contexto de los textos citados se afirma que consiste en tomar la cruz y seguir en pos de Cristo. ¿Y qué es tomar la cruz? Negarse a sí mismo, morir.
Morir para vivir
Jesucristo es lo que era desde el principio. Él es el árbol de la Vida. Por lo tanto, cuando vinimos a Cristo y creímos en él, nuestro espíritu, no sólo fue vivificado, sino que lo fue con la mismísima vida de Dios. De manera que, si bien nuestro cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Pero ¿Qué pasó con nuestra alma? Nuestra alma, aunque purificada, perdonada y salvada, permaneció agrandada y desubicada. La figura que usó Jesús, para explicar la situación que le ocurre al alma, fue la del grano de trigo. Un grano o semilla contiene increíblemente la vida en su interior. No obstante, por la dureza de la cáscara, la vida no tiene ninguna posibilidad de manifestarse, a menos que la semilla sea enterrada y la cáscara se pudra. Entonces, maravillosamente surge la vida, que es capaz de manifestar una nueva creación.
Ahora bien, la cáscara es el alma. Ella, por el pecado, adquirió tal autonomía y despliegue que es prácticamente infranqueable para el espíritu. Ella necesita ser regulada, aquietada, tranquilizada, domada y domesticada. En definitiva, el alma necesita ser quebrantada. Para ello debe morir: La cruz de Cristo debe ser aplicada a ella. Lograr esto, aunque no parezca, le tomará mucho tiempo y trabajo a Dios. Más aún, él tendrá que obrar desde adentro y desde afuera para lograr tal cometido. Desde adentro el Espíritu Santo aplicará al alma la cruz de Cristo; y desde afuera, los padecimientos producidos por las circunstancias de la vida buscarán poco a poco hacer espacio en nuestra alma, a fin de que la vida de Dios pueda fluir a través de ella. Nuestra alma debe ser herida una y otra vez bajo la disciplina del Espíritu Santo. Es como un dique que, para poder dejar salir agua, debe ser resquebrajado. Y es precisamente a través de esas grietas por donde comenzará a fluir el espíritu.
Sin este quebrantamiento no hay ninguna posibilidad de que nuestro servicio llegue a ser espiritual. ¡Qué terrible es pensar que aun nuestro servicio a Dios puede ser un mero despliegue del alma! Predicar, orar, cantar, evangelizar, etc., pueden ser acciones completamente carnales. Lo que hace que una determinada obra sea espiritual o carnal, no es la obra en sí, sino la fuente desde donde se hace. Jesús dijo que: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6). Por eso Pablo, escribiendo a los romanos, dijo: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu” (1:9). Y en su carta a los filipenses escribió: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios… no teniendo confianza en la carne” (3:3).
Sobre el Autor:
Rubén Chacón es pastor de Las Asambleas de Dios de Chile. Tiene más de 30 años predicando y enseñando la Palabra de Dios. Es autor de varios libros, que incluyen “El Primer Amor”, “El Poder de la Gracia”, “El Ministerio Quíntuple” y otros. “Vida Espiritual” es su séptimo libro. Rubén es viudo, tiene seis hijos y reside en la ciudad de Santiago, Chile.
Autor: Rubén Chacón
ISBN: 9563103033
Páginas: 122